Golpes al borde de la realidad
RODEADOS POR LA EUFORIA de la multitud, los titanes entran en la arena para medirse cuerpo a cuerpo en un combate feroz. No, no se trata de la contienda de gladiadores de la Antigua Roma. No es una competición del pancracio en la Grecia Clásica. Tampoco el choque entre guerreros aztecas. Se trata de un enfrentamiento moderno que es ficción y realidad, espectáculo y deporte, una puesta en escena monumental y estrambótica. Es el furor de las masas. Es la lucha libre mexicana.
La lucha libre se originó en México durante la intervención francesa a partir de la lucha grecorromana. En 1933 se instituyó como deporte a nivel nacional y alcanzó su época de gloria a medida que la televisión extendía su influencia en los años ’50. Con la aparición de luchadores legendarios como El Santo, Blue Demon y Huracán Ramírez, el deporte alcanzó una popularidad descomunal en las décadas siguientes.
A pesar de tener puntos en común con otras disciplinas, la lucha libre mexicana tiene características que la separan de todas las demás. Su colorido folclore, su misticismo y el culto casi religioso de sus admiradores hacen que sea única. La pasión que despierta la ha arraigado fuertemente en la cultura popular y la ha convertido en el deporte o espectáculo más importante en México después del fútbol.
¿Pero qué hace que la lucha libre sea un ícono cultural tan importante? ¿Qué nos dice acerca de México?
El pancracio es más que el espectáculo coreográfico que se percibe a simple vista. Es un mundo lleno de símbolos, leyendas y tradiciones con raíces bien cimentadas en la cultura mexicana.
Las máscaras que utilizan la mayoría de los luchadores, por ejemplo, tienen un significado histórico que se hunde en los tiempos del imperio azteca. Su diseño a menudo evoca imágenes de animales, dioses y arquetipos prehispánicos. Lejos de ser un mero ornamento, la máscara es la esencia de la identidad y el honor del luchador.
Otro símbolo evidente de la lucha libre se manifiesta en la actuación de los réferis, quienes frecuentemente son parciales a favor de los luchadores rudos o malos, lo cual pone al luchador técnico, al bueno, en inferioridad de condiciones. Esta es acaso una metáfora de la realidad que el pueblo mexicano vive a diario: la lucha desigual contra rudos que se ven beneficiados por quienes están en el poder; la corrupción, la injusticia, las máscaras que esconden la verdad.
El lugar que ocupa la familia en la lucha libre es otro aspecto significativo. Hay dinastías de luchadores que heredan la máscara y la tradición luchística de generación en generación. Este aspecto particular de la lucha libre —en la que a menudo pelean juntos padres, hijos y hermanos— acaso refleja la importancia de la familia, el nombre y el honor en la idiosincrasia mexicana.
En verdad, la lucha libre es mucho más que un deporte o una coreografía de golpes al borde de la realidad. Es parte fundamental de la identidad y el patrimonio cultural de un pueblo sacrificado, fuerte y luchador. Un pueblo que jamás dejará de pelear. No importa cuántos rudos tenga que derribar.